Opinión

La sociedad salteña no necesita de machos, sino de hombres

La provincia de Salta se encuentra en estado de emergencia por violencia de género desde septiembre de 2014. Según un informe de la Corte Suprema provincial, desde 2006 y hasta ese momento se habían acumulado 103.325 denuncias por maltrato a mujeres. La provincia tiene el segundo mayor índice de femicidios a nivel nacional, teniendo en cuenta la relación demográfica. Sobresale con una escalofriante cifra de más de 30 denuncias por día en lo que va del año.

Si estos datos no resultan perturbadores para una sociedad, es simplemente porque la violencia hacia la mujer es parte de la cotidianeidad de esa sociedad, tan común como el asado del domingo y necesario para el alma como la cuaresma en tiempos de pascua.

Año 2016, las sociedades están abrumadas por tecnologías sorprendentes, información en cantidad y globalización en su auge. Es difícil creer que hace solo seis siglos, uno se embarcaba en una aventura sabática por el Atlántico pensando que en cualquier momento el barco se podía ir a la la mierda por el abismo del fin del mundo.

No solo fue la tecnología la que dio el salto olímpico, sino la cultura, la política, la religión y las diversas concepciones de la vida misma. Evolucionamos, sí señor. Pasamos de ser bárbaros medievales a ciudadanos regidos por leyes, cambiamos el geocentrismo por la física relativista, dejamos de ser esclavos para ser libres (al menos en la mayor parte del globo sin tener en cuenta la economía de libre mercado).

Es difícil también creer que, tras esos inimaginables cambios que sucedieron durante ese período de tiempo, todavía queden resabios de una conciencia colectiva arraigada a las costumbres poco civilizadas de antaño. Como por ejemplo, la razón que tienen algunos para considerarse superiores a una raza, a un estrato social o a un género. Pero es real, tan real como la gripe.

Las tradiciones machistas de Salta son un excelente paradigma de esa cosmovisión obtusa, y más precisamente la escuela arcaica del hombre de la casa: trabajador, rudo, soberano y agresivo. El líder de la manada que para la olla, cambia el cuerito de las canillas y reparte tanto premio y castigo como le dicte su conciencia conservadora y temerosa de Dios.

Se trata de la misma provincia donde en 2011 violaron y asesinaron a las jóvenes turistas francesas Houria Moumni y Cassandre Bouvier, en un parque natural de la capital salteña. O en la que mataron a Evelia Murillo, una docente rural de 44 años, en la escuela-albergue del paraje El Bobadal, en el norte de Salta, tras defender de un intento de violación a una joven wichi, a la que dio asilo.  El agresor le había disparado en el pecho.

En pleno siglo XXI, donde prevalecen los smartphones y las redes sociales neuróticas, con sistemas de streaming para ver The X-Files en HD y Dolby Surround, con Home Banking, la cultura del macho malevo, dominante y pelotudo todavía prevalece.

Prevalece porque no solo se trata de una educación hogareña, de los consejos y enseñanzas que prodigan los padres (hombres) a sus hijos (hombres) generación tras generación. Prevalece porque toda una sociedad está de acuerdo, porque no condena al hombre violento sino a la mujer libertina. La religión está de acuerdo, porque el origen de todos los males es la imagen de la fémina ávida del conocimiento. La historia está de acuerdo, porque engrandece a caudillos y libertadores, no así a las mujeres que lucharon a su lado. Esas mujeres que por su silencio están de acuerdo, porque son sometidas y serviles condenan a sus pares que luchan por la igualdad.

El salteñito guapo es, por magnificencia, el ideal de hombre y padre que toda familia de ésta sociedad quiere y necesita. La mujer en cambio, si bien no se degrada a los niveles infrahumanos del fundamentalismo islámico, no tiene ni debe tener las mismas pretensiones que el macho alfa. No porque no tenga la capacidad ni los derechos, sino porque está mal visto.

Para la sociedad conservadora salteña, es vergonzoso que una familia circule por la plaza 9 de Julio y presencie el torso desnudo de una mujer protestando por falta de justicia. Pero esa misma familia abochornada por el topless de la manifestante no se inmuta cuando escucha los gritos del vecino previos a la paliza que recibe su esposa. “Por algo debe ser”, reza la oración eterna.

La frase “madre soltera” por ejemplo, se pronuncia todavía con sentimientos encontrados, como si el emisor no se decidiera a enaltecer la mujer que lucha sola por sus hijos o bien a juzgarla por haberse separado de su hombre protector (y golpeador en muchisisisisisimos casos).

La violencia que los salteñitos guapos ejercen sobre las mujeres no solo recae en una cagada bien puesta con hematomas y fracturas, sino también en la extorción, la amenaza, la intimidación, el menosprecio y la humillación. Y lo que es seguro es que no tiene relación alguna con la condición social, hombres ricos, de clase media y pobres, a ninguno les tiembla el pulso al momento de embestir la feminidad.

La pregunta del millón es: ¿Cómo curar ésta enfermedad social tan visceral? No es simple, pero tampoco imposible, seguramente cambiando ciertas costumbres y conceptos. Recordando que todos nacimos del vientre de una mujer, reconociendo que el sometimiento de una persona en desventaja de fuerza física es pura cobardía, enseñando a los hijos que la imagen femenina no representa el pecado, sino el origen de la vida misma, dejando de estigmatizar el divorcio, el concubinato, el feminismo.

En definitiva, macho es quien le pega a una mujer, es el que lleva el pan a la casa mientras su pareja indigno lava, plancha y cuida los pibes, macho es el que “se va de putas”, es el que le toca el culo a la secretaria, es el que somete económicamente, es el que grita para amedrentar. Ese macho es el que no hace falta, es el que tiene que rendirse a la evolución y desaparecer de una vez por todas.

La sociedad salteña no necesita de machos, sino de hombres, que protejan, respeten, defiendan y acompañen a la mujer, en igualdad de condiciones y derechos. La sociedad salteña tampoco necesita de tradiciones conservadoras, necesita ver más allá de las consignas retrógradas para enaltecerse, para ser un ejemplo a seguir por más sociedades.

La sociedad salteña necesita, antes que nada, que la imagen de sus mujeres no se ultraje con el machismo improcedente, miserable y ancestral que la caracteriza.

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