Opinión

Todavía está a tiempo, señor Presidente

La campaña presidencial de Mauricio Macri fue una especie de predicación de un evangelio político, económico, social, cultural y convivencial. Se anunciaron muchas medidas, y a todas ellas se le adosó un componente emocional, espiritual y hasta casi místico.

Se crearían miles de puestos de trabajo para que los argentinos tuvieran la dicha de avanzar y dar lo mejor a sus hijos; se crearían millones de viviendas que serían hogares de amor; llegarían inversiones fenomenales que nos harían crecer y ser un país orgulloso y bendecido por el desarrollo; los menos favorecidos serían dignificados con salarios y beneficios extraordinarios; los jubilados recibirían lo que su vida de trabajo y lucha les adeuda con total justicia; hambre cero, para que el pan llegue a cada mesa; la grieta sería rellenada con amor, justicia y paz. Y así todo un rosario de bienaventuranzas venideras rematadas con frases de esperanza infinita tales como: “déjenme ayudarlos”, “Si, se puede”, “Pido a Dios que me ilumine para ayudar a cada argentino a encontrar su forma de ser feliz y progresar”, y hasta la desafortunada, pero no menos sensiblera, “tengo dos manos para abrazarte”.

El gobierno de cambiemos comenzó con aires etéreos su era. Sus votantes, y muchos que habían elegido otras opciones electorales, vislumbraban el inicio de una etapa de esplendor nunca vista y muy anhelada. El origen de un periodo inédito de desarrollo y abundancia.

Desgraciadamente, tanta fe puesta en estas propuestas está siendo defraudada con consecuencias atroces, justamente para aquellos que más ansiaban cambios y progresos: los pobres, los ancianos y los trabajadores.

Una de las principales críticas a las medidas de ajuste iniciadas por el Gobierno vino de parte de la diputada nacional Elisa Carrió (Cambiemos) que cuestionó con dureza al Ejecutivo por los «ajustes brutales» en las tarifas de gas, agua y transporte.

«Es cierto que hay que salir de los subsidios, pero no de esta forma, sin pensar en la sociedad que la angustia el solo título del aumento «, resaltó la líder de la CC.

Además, contó que hizo «todo lo posible» para frenar los aumentos, pero que no lo logró. «Hice todo lo posible para pararlo. No pude», remató.

El gobierno nacional tuvo su primera etapa de concesiones a los poderosos y adinerados de la Argentina: eliminación de las retenciones al conglomerado agroexportador. Cese del cupo a las importaciones. Fin de las retenciones a la minería. Reducción de las retenciones al sector sojero de 35 a 30 puntos, además de lo cual gozarán de una baja anual de cinco puntos hasta ser eliminadas completamente en los próximos 7 años. Fin del impuesto a los autos de alta gama. Y una amplia serie de otras medidas de menor pérdida en los ingresos del estado, pero siempre dirigidas a los más pudientes.

Una segunda etapa que da toda la impresión de haber sido diseñada para recuperar, del bolsillo de los trabadores, los ancianos y los pobres, todo lo que se concedió a los más acomodados y holgados: devaluación, achique de la planta laboral del estado, tarifazos en luz, gas, transporte y agua, anunciados aumentos en telefonía y combustibles, inflación descontrolada, y todo lo que los pobres sabemos con solo vivir el día a día.

Ahora, el gobierno macrista está embarcado en su tercera etapa, que sería la de investigar, denunciar y dar a conocer las muchas corrupciones de los gobiernos anteriores, y echarle la culpa de todo lo que estamos padeciendo en la actualidad. Esa es su única y exclusiva actividad de agenda diaria.

Claro que los argentinos queremos que los corruptos vayan presos y se recupere lo robado, incluso lo que se llevaron Niembro, Caputo y otros, pero no puede insumir ese objetivo toda la energía, toda la actividad, toda la atención y todas las jornadas del Gobierno nacional. No se puede descuidar el control de precios, las políticas económicas, sociales, de seguridad, de salud, la ejecución de obras, la asistencia a pequeñas empresas y miles de otras cuestiones que hacen a la marcha del país y la vida de los ciudadanos solo para abocarse íntegramente a la “caza” de corruptos. Eso suena a operativo distracción. A “ruido” de justicia para tapar los “crujidos” de la economía. A bla, bla, bla que hace eco en las heladeras y alacenas vacías de los hogares.

Los argentinos no elegimos un fiscal nacional para que se pase cuatro años denunciando corrupciones. Tampoco elegimos un historiador para que nos narre lo que pasó en años anteriores. Y tampoco elegimos un melancólico presidencial para que se lamente por las oportunidades que dejamos pasar e hipotetize todo el tiempo acerca de lo bien que estaríamos si hubiéramos hecho tal cosa y evitado tal otra. No, los argentinos elegimos un presidente para que solucione esos mismos problemas que denuncia y narra. Para que gobierne equitativamente para todos, sin favorecer a unos (los ricos) en detrimento de otros (los comunes).

Si el presidente Mauricio Macri y todo su gabinete no comienzan a darse cuenta de que detrás de cada tarifazo, cada despido, cada aumento, cada centésima de inflación, cada suba de servicios no hay ahorro para el Estado y aumento de los recursos sino argentinos padeciendo desesperadamente la angustia de no hallar la forma de vivir ni siquiera empatando sus deudas con sus ingresos, la única promesa de campaña que llegarán a cumplir será la de terminar con la grieta, ya que unirán a todos los argentinos en su contra.

Lo bueno de esto es que el gobierno de Mauricio Macri recién comienza, por lo que aun está a tiempo de un drástico viraje de timón que enmiende aunque más no sea en parte el daño provocado hasta la fecha.

Todavía tiene el gobierno de Cambiemos algo de crédito. No mucho, pero lo tiene. Ojalá lo aproveche por su bien, el de la democracia, y el de todo el pueblo argentino.

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