Opinión

Entonces: ¿Qué nos ofrece ésta pomposa fiesta democrática?

Víspera de elecciones. Momentos de euforia colectiva, redes sociales atestadas de propagandas y contrapropagandas, políticos rebozantes de energías positivas, arengas esperanzadoras y vientos de cambio (?).

Uno podría decir que es la misma psicosis de todos los años, las mismas caras, las mismas cruzadas. Pero no. En temporada electoral vemos personalidades adineradas y elegantes abrazando a gente pobre y andrajosa, una selfie piola en la villa vale más que mil kilómetros de rutas, mil escuelas o mil hospitales.

Una buena Campaña Electoral hace desaparecer fronteras y desvanece la intolerancia xenófoba. Bolivianos, peruanos, chilenos y argentinos son todos iguales, ante Dios y la Santa Justicia Electoral. Una buena campaña política empalma estratos sociales, ricos y pobres se abrazan con una fraternidad que emociona hasta las lágrimas. La magia que se desprende de todo ese esplendor hace palidecer hasta las trilogías de Peter Jackson.

Las PASO vienen bien para ir midiendo las tendencias de octubre, como la colección de un diseñador de pilcha visionario, que termina el invierno mostrando algo de lo que va a trascender en las pasarelas primaverales.

Entonces: ¿Qué nos ofrece ésta pomposa fiesta democrática? Como dije antes, nada nuevo, en absoluto.

En el rincón rojo una oposición fragmentada, justicialistas de derecha, de izquierda, del centro, bosteros, gallinas y de Peñarol. Con candidatos K y algunos que intentan reivindicar sus estampas aludiendo a la separación del matriarcado, otros que no paran de evocar a Evita y al peronismo de la vieja escuela, y otros que directamente no tienen la más puta idea de qué pasó un 17 de octubre. Y que más que un fervor partidario, se encuadran en la lista de la V para untarse de un mínimo de popularidad.

Que no se malentienda, ya sea una adicción mórbida al peronismo de ultranza o un simple y llano acomodo para ganar votos gracias a la notoriedad de la lista, no marca diferencia alguna. No es la lealtad desinteresada de un político a su partido lo que nos tiene que conmover, ni mucho menos. La lealtad de un político debería ser al pueblo.

Asimismo, persiste en las mentes electoras el hecho de que el peronismo/kirchnerismo debe levantar aplazos fundamentales. La corrupción que caracterizó la década ganada todavía se mantiene fresca y en boca de la media aritmética de la población votante. En ese contexto, la estrategia de campaña no fue muy brillante, ya que tampoco aparecieron caras nuevas. Si no aprendieron la lección con el voto castigo del 2015, las posibilidades de lograr la mayoría en las cámaras se tornan remotas.

Muy lejos de lo que antaño fue un frente unilateral poderoso, la oposición vigente trastabilla con el mismo problema de las viejas cofradías opositoras de la era K, se pelean por quién la tiene más grande, todos quieren ser jefes, nadie quiere un segundo puesto.

El florentino Nicolás nunca estuvo más en lo cierto: divide y reinarás y, si bien Mauricio Macri no tiene la lucidez ni la capacidad para orquestar la división entre sus refractarios, al menos tiene la suerte de que entre ellos mismos hoy se tiran a matar, que es básicamente, la historia de su carrera política.

En el rincón amarillo tenemos un oficialismo insulso, inoperante, que acentúa su discurso de campaña en la eterna y desgastada premisa de las malas gestiones del kirchnerismo, y asimismo como excusa para justificar los desaciertos que vienen cometiendo desde principios del 2016. Sin nada meritorio para enarbolar, o por lo menos nada nuevo.

Con 18 meses de gestión, sin ningún logro positivo que se traduzca directamente en un mínimo de bienestar para las clases sociales más vulnerables, e inclusive la clase media, las peroratas se remiten a promesas viejas incumplidas, promesas a largo plazo y promesas imposibles. En síntesis, promesas vacías.

Los candidatos tropiezan con sus propias retóricas de forma bochornosa, poniendo en jaque la desgastada confianza de sus seguidores, por así decirles. Desbarrancan una y otra vez dejando en evidencia la falta total de sensibilidad y empatía, para luego disculparse y alegar malas interpretaciones. Una vez pasa, dos quizás, tres porque somos pelotudos, pero cuando pasan a ser tantas la gente se resiente.

Mirando desde las gradas, la decadencia de la credibilidad de los que apostaron a un cambio se exponenció de forma alarmante en lo que va del 2017. Si para la oposición no se vislumbra un futuro prometedor, al oficialismo se le cierne el mismo destino. Y para los ciudadanos no quiero ni pensar.

¿Qué nos queda por ver dentro de la cajita feliz? Ah, sí, los partidos de izquierda, los partidos religiosos, los partidos que no se sabe bien si son partidos o grupos de catarsis, etc. El rejunte de vecinos e hijos de vecinos que quieren ganar plata rápida, o hacerse conocer igualmente rápido. O bien los que sueñan con “generar un cambio desde adentro” (si, contámela como quieras), con ilusiones de un forjar un mundo mejor, a partir de la carrera política, que es casualmente lo que hace de éste mundo cada vez algo peor.

Entre oportunistas y utópicos, el resabio de candidatos surca siempre el mismo camino, la campaña política modesta hacia una derrota que ni si quiera se la puede considerar como tal, más bien un resultado inadvertido.

Pero he de reconocer de éstos últimos, que son la opción más sensata y criteriosa a la hora de emitir el voto, cuando los candidatos principales de los partidos milenarios no son sino los mismos que semanas atrás declaraban ante tribunales, por denuncias de cohecho, evasión, asociación ilícita, defraudación, negociaciones incompatibles, y bla bla bla.

Aunque no es nada novedoso, la confianza del electorado está cada vez más truncada. Volvemos a ese punto en el que la convicción hacia un candidato en particular es privativa de los que sacan provecho directo. Para el resto de los mortales, éste circo llamado campaña política, nos retribuye únicamente con la frustración de tener que votar, a sabiendas de que nada va a cambiar.

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