No soy fanático del fútbol, a decir verdad no me gusta mucho. Tampoco sé de estrategias, ni de formaciones o tácticas. A penas sé dónde juega Messi o Mascherano. Lo mío definitivamente no es el fútbol. Pero un mundial es distinto. Un mundial no es sólo fútbol. Es pasión, es tu país, es cargar a Brasil porque se comió siete, es alegría.
Debe ser por eso que me emociono tanto cuando juega la selección y no me importa que juegue mal mientras gane. Hoy estoy de puta madre por haber llegado a la final. Si, digo bien, “haber llegado a la final”, lo vivo así, como un mérito personal. Y esto es una virtud del fantástico grupo que formo Sabella. No hay individualidades ni divismos. Hoy somos la selección + 40 millones de argentinos.
Hoy ganamos, jugando mal o metidos atrás, puede ser. Pero dicen que el burro culia por pechador, y no por lindo. Hoy pechamos, y mucho, no fuimos lindos. Y está bien que sea así. Porque somos nosotros los que estamos en la final. Mirá cómo les fue a los creadores del jogo bonito. Si pechaban más, fruncían y metían como nosotros hoy, capaz que no andarían incendiando ciudades por la calentura de aspirar al tercer puesto.
A este partido lo vi casi en coma farmacológico, me tuve que tomar un alplax al principio, otro en el segundo tiempo, otro en el alargue, y otro para los penales. Terminé como Pity Álvarez, tirado en el piso y viendo elefantes.
Pero esa historia ya terminó y ahora empieza otra. El domingo jugamos la final ante Alemania, esa que le metió 7 pepas a Brasil. Y no tengo miedo, porque tengo a 11 gauchos adelante mío que van a poner huevos y a dejar la vida en la cancha, y a 40 millones de argentinos a mi costado, que van a gritar tan fuerte, que van a hacer temblar el estadio Maracaná. Vamos por ese sueño. Vamos Argentina Carajo.
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