«No están dadas las condiciones para que la Presidenta [Cristina Kirchner] concurra al Congreso», aseguró ayer Oscar Parrilli. Lo único que hizo el titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) es confirmar lo que todos sospechábamos. Cristina Fernández de Kirchner no va a asistir al traspaso presidencial el próximo jueves. «No es su intención entorpecer ni menoscabar el acto. No están dadas las condiciones para que la Presidenta asista al Congreso», insistió. Y concluyó: «Damos por terminado este debate».
¿Entenderá Cristina la importancia institucional que tiene el traspaso de mando? ¿Entenderá la Presidenta que es un hecho democrático? Cristina, en su disgusto por la obligatoriedad que le impone la Constitución, el de entregar el mando, en vez de ir por el camino asfaltado decidió optar por el pedregoso. Decidió complicarle el inicio de su gobierno a Mauricio Macri hasta el último momento. Algo totalmente innecesario.
Hasta el último presidente de facto de la Junta Militar (que accedió al poder ilegalmente), Reynaldo Bignone, le entregó la banda presidencial a Raúl Alfonsín en la Casa Rosada, el 10 de diciembre de 1983. En ese momento regresaba la democracia al país y era un momento para festejar. Este jueves 10 de diciembre, en el que el traspaso se hace dentro de dos gobiernos democráticos, ¿no hay nada para festejar? ¿No es un momento único?
Sin dudas todos coincidiríamos que sí. Entonces, ¿porqué Cristina Kirchner no lo siente así? ¿Porqué no quiere ser parte de esta fiesta democrática? ¿La seguridad de la Presidenta corre peligro si es que decide ir al Congreso y después a Casa Rosada? Como afirmó Parrilli, ¿tienen miedo a que se la acuse de usurpación de título al hacer el traspaso de mando y termine presa? Todo indica que no, que no pasaría nada de eso. Que son solo teorías conspirativas ridículas que solo quieren complicar la transición. La vida y la integridad física de Cristina no corren peligro. Esto simplemente parece ser más un capricho de la Presidente que un tema de seguridad presidencial. Algo a lo que lamentablemente estamos acostumbrados.
El fuego cruzado que empezó con las elecciones terminó explotando en la ciudadanía que no tendrá su fiesta cívica completa. Esa grieta de la que se hablaba hace unos meses terminó de profundizarse ayer, cuando nos enteramos que Cristina no va asistir al traspaso de mando. Quiere ser una muestra de poder para condicionar al gobierno entrante pero termina siendo un acto de irresponsabilidad.
Cristina Fernández de Kirchner va a quedar como la presidenta que no quiso entregar el poder. La dialéctica Kirchnerista durante estos 12 años se construyó dentro un relato de la historia más violenta de la historia argentina. Crearon este discurso de la resistencia. Esa “realidad” Kirchnerista propone que el proceso político del golpe de estado librado en 1976, puede repetirse si ellos no están en el gobierno plantea una realidad vista a través de una copa de cristal. Distorsionada.
Esta decisión seguro tendrá un costo político para el espacio que la Presidenta planea conducir. Esta irresponsabilidad política ayudará a que la deteriorada imagen en el exterior, que ya presenta Argentina, se dañe aún más. Esta situación expone al país a una situación de alto riego y de desborde que define a una persona profundamente irresponsable y egomaníaca, con un profundo desprecio por la democracia. La regla democrática supone que uno le entrega el poder al presidente electo, así como ella lo recibió de su antecesor y a eso Cristina la está violando. Si la Presidenta decide no entregar el mando, está pasando por arriba al respeto de la institucionalidad y la propia ley que la hizo presidenta dos veces de los 45 millones de argentinos.