A cada minuto que pasa se confirma un poco más que Milagro Sala es, ni más ni menos que, una delincuente de proporciones fenomenales y mente pervertida.
Ni siquiera nos deja margen para decir de ella que es una política degenerada o una dirigente corrupta, nada. Ha disipado toda duda y, son de tal magnitud sus estafas y defraudaciones hasta ahora conocidas, que solo le cabe el calificativo de delincuente mayúscula.
El cuadro que encontró el gobernador Gerardo Morales al interiorizarse de las formas en que Sala y sus secuaces administraban los millonarios fondos que mensualmente se le giraban desde el gobierno de Cristina Fernández, y la manera en que aun hoy ejercen influencia, a través de La Tupac, sobre mucha gente, llevó al primer mandatario a expresar con crudeza: “Que la Tupac deje de negrear a la gente”.
Y no se trata de una expresión racista, sino todo lo contrario. El término “negrear” hace referencia a aquellos que tratan a otros como esclavos (los esclavos negros de la época colonial), obligándolos a trabajar jornadas interminables por la comida o pagas miserables, sin derechos ni descanso, y sujetos a las órdenes de sus dueños.
Gente doblegada y aterrada que, aun con Milagro Sala presa, pide anonimato para denunciar, o susurra a escondidas los ultrajes a los que fueron sometidos durante años. Argentinos que, en pleno siglo 21, debieron padecer por años los grilletes de La Tupac, a cambio de recibir una porción de salario (la mayor parte les era retenida por Sala), o el poder habitar una vivienda (mientras siguieran sumisos y callados), o el poder recibir atención médica (mientras estuvieran afiliados y disponibles para militar las 24 horas).
Es una larga lucha la que le espera al gobernador Morales. Y no me refiero solo a una lucha económica, sino a una más importante y noble: a una lucha espiritual por reconstruir la fe de esta gente que tal vez hasta llegó a convencerse de que esos pocos pesitos que recibían era todo lo que merecían. Una lucha por poner de pie la dignidad de estos argentinos deshonrados y ultrajados por la opresión de un grupo de facinerosos inmorales. Una lucha por erradicar el miedo, y establecer una sociedad de iguales donde nadie tenga poder para comprar personas, y nadie padezca necesidades como para llegar a venderse.
Con tamaña tarea que le espera al gobernador Morales, ya resulta casi anecdótico que Milagro Sala esté presa o no. Lo más maravilloso y esperanzador de todo esto es que Milagro Sala perdió el poder, se le quitó el manejo de dinero, y sus secuaces se desbandaron cobardemente al comprobar que ya no infunden terror ni son obedecidos.
De todas maneras, como sociedad necesitamos que haya justicia. No nos conformamos con que estas vilezas hayan llegado a su fin. Exigimos condenas fuertes, prisión efectiva para los autores de tanta maldad y delitos, y expropiación de los fastuosos bienes, las inmensas propiedades, y todo el dinero que se llevaron.
El círculo de la justicia debe cerrar completamente. Con penas a cumplir, con todos sus partícipes adentro, y con resarcimiento de los males cometidos, o si no quedará instalada la idea de que solo hubo un reto leve para los culpables, y otra cosa.