por Ernesto Losada
Desde hace ya algún tiempo, no sé precisamente cuánto, las encuestas de intención de voto se transformaron en una herramienta más para la realización de operaciones políticas.
A las históricas y “folclóricas” repartijas de dádivas, a la entrega de viviendas a medio terminar, a la inauguración de hospitales, escuelas, usinas, diques y rutas en proceso, al estruendoso e híper mediatizado anuncio de próximos llamados a licitación para la construcción de obras de todo tipo, ahora se le ha sumado la publicación y divulgación masiva de encuestas.
Las encuestas a nivel nacional tienen un costo bastante alto, variando el precio de acuerdo a la modalidad que se contrate. Por ejemplo, Las telefónicas cotizan entre $ 400.000 y $ 450.000, mientras que las domiciliarias salen alrededor de $ 800.000.
Estos sondeos son encargados y pagados por candidatos, partidos o grupos mediáticos y económicos, entre otros, interesados en saber cómo se acomodan los apoyos o rechazos entre los expectables para ocupar la presidencia de la nación.
Ahora bien: Los resultados que los distintos interesados dan a conocer, ¿son los mismos que las encuestas por ellos encomendadas y pagadas dieron realmente?. Todo afirma que no.
Monumentales pifies, inauditas diferencias entre lo pronosticado y el resultado concreto, inconcebibles descensos o ascensos que se dan en cuestión de horas entre una encuesta y otra, confirman que estos son trabajos “artesanales”, a pedido, gusto y satisfacción del cliente.
Las encuestas, al parecer, se encargan como se encarga una pizza o una hamburguesa, aunque los elementos que el contratador elige son de otra naturaleza: hágame un sondeo que me ubique 10 puntos arriba. También póngale una imagen positiva del 62%, y remátemela con un 65% de aprobación a mi gestión.
Asimismo, los grupos de poder también retocan sus encuestas con el objeto de reforzar al candidato que apoyan, al que le aportan dinero, y que sabrá retribuir sus “esfuerzos” en caso de acceder al sillón de Rivadavia.
Esas serían las versiones para el público, photoshopeadas.
A los resultados reales, que suelen distar mucho, los interesados los estudian en secreto y actúan en consecuencia: dejan de nombrar tales temas; despegan de tal personaje; se arriman a tal otro; se muestran de tal manera; se “interesan” por aquella problemática
Así, vemos candidatos fervientemente católicos desde hace una semana; repentinamente gay friendlys; férreamente ecologistas; súbitos amantes de los animales; mateadores en casas humildes; neo dialoguistas y respetuosos del disenso, y muchísimas otras transformaciones de estación. Para resumir: vemos candidatos estrenando personalidad.
La realidad es que las encuestas no deberían ser públicas, sino para conocimiento y uso exclusivo y privado de quienes las mandan realizar.
Los resultados deberían servirles para reforzar su actitud o rectificarla, para enfocar mejor ciertos aspectos que la sociedad reclama sean atendidos, para incluir temas que pudieran estar dejando de lado y que el votante pide se tengan en cuenta, para escuchar lo que la gente pide que sea prioridad en caso de acceder a la presidencia, para saber dónde están parados y, sobre todo, para no insistir con actitudes, posturas y prácticas que los argentinos exigimos sean erradicadas drásticamente desde hace ya largo tiempo.
Hoy por hoy las encuestas son usadas como un teórico instrumento de poder. Quienes las exhiben creen, ingenuamente, que éstas amedrentan a los seguidores del rival, o convencen definitivamente a los adherentes de otros candidatos a sumarse al “ganador”, que desinflan el ánimo de sus contendientes, o vaya uno a saber qué más piensan ellos que una encuesta “engordada” puede provocar en beneficio propio.
Resulta paradójico que, en los tiempos ultra politizados, de sobre abundancia de información, de reflexión y de análisis minuciosos en que vivimos, algunos candidatos, o sus asesores, piensen que la mera lectura de una encuesta puede cambiar la decisión de las personas, o volcar a las masas en apoyo de tal o cual candidato. Otra triquiñuela más con la que intentan tomarnos por idiotas y que los descubrimos al toque. Y van….
De todos modos, la realidad pone a cada cosa y a cada persona en su justo lugar por lo que, en octubre, el día después de las elecciones, volveremos a asistir a un nuevo festival de credibilidades y prestigios tirados a los cerdos. Y van…