Una vez escuché de Alejandro Dolina una analogía muy acertada sobre la gente que elude la realidad sobre su identidad. Explicó con impecable sencillez, cómo muchos argentinos se miran al espejo y ven una exquisita imagen de la más pura realeza europea, asumen inmediatamente ese perfil y actúan en consecuencia. Explicó también que ese reflejo miente, porque el espejo está distorsionado, manipulado deliberadamente con antelación.
Son muchos los factores que inducen a nuestros ojos a ver realidades paralelas, ver algo que no somos ni vamos a ser, porque en una sociedad sumergida en un sistema arbitrario y frívolo, la venta de espejos mentirosos es un buen negocio.
La moda, por ejemplo, y todo aquello que se desprende ella o se interrelacione, son fabricantes de espejos deformados. Pero el daño que provoca es a lo sumo incitarnos a vestir de forma ridícula y autoconvencernos de que derrochamos buen gusto.
Pero existen otros agentes que crean reflejos embusteros y a su vez peligrosos, como ser el falso nacionalismo.
El falso nacionalismo es peligroso por muchas razones, principalmente porque nos convierte en personas racistas, intolerantes y despectivas, justificando esa bestialidad con el amor por la patria.
No creo que exista evidencia más convincente de brutalidad que el falso nacionalismo. El odio gratuito hacia personas de países vecinos y/o lejanos. El rechazo a la armonía, al concilio, a la igualdad. Es improcedente odiar a un chileno, boliviano o paraguayo por ser chileno, boliviano o paraguayo, así como también odiar a un estadounidense o británico, odiar sin conocer, odiar por una consigna dúctil.
Al momento de justificar ese rencor, muchos evocan hitos de la historia, otros apuntan a hechos actuales. Conflictos bélicos, tratados internacionales, relaciones comerciales y hasta eventos deportivos, todo sirve para adjudicar a todos y cada uno de los ciudadanos de otro país, las decisiones que tomaron sus representantes, y responsabilizarlos por los efectos negativos que se hayan generado para con nuestra comunidad.
El falso nacionalista odia a cualquier ciudadano chileno y británico por el conflicto de Malvinas, pero admiran a Pinochet, Tatcher y Galtieri.
El falso nacionalista odia al brasilero por el mundial de fútbol, pero elige Florianópolis para vacacionar. Odia al yanqui por ser ciudadano de un país beligerante, aunque se enamora perdidamente de McDonald, Starbucks y Walmart. El falso nacionalista odia a los chinos en su totalidad, pero hasta el último equipo electrónico en su posesión es de fabricación china. Odia al boliviano y al paraguayo por morocho, porque tiene aspecto de aborigen, porque cada vez hay más, pero no duda en contratarlos para levantar una tapia o una losa porque son mano de obra barata.
El mayor agravante de ese sentimiento nefasto es que se enseña y se perpetúa. El falso nacionalista prodiga su mensaje a las nuevas generaciones, que crecen odiando a un completo desconocido porque su abyecto tutor lo cree fervorosamente. Y por extraña naturaleza, es mucho más difícil erradicar una pasión obtusa que una buena actitud.
El falso nacionalista compró el espejo mas retorcido, y cada vez que se mira, el reflejo mentiroso le muestra la imagen de una deidad hermosa, poderosa y acaudalada, y que por antonomasia tiene el derecho de desprestigiar a todas y cada una de las personas que él mismo no considere hermosa e idónea. Pero en realidad el falso nacionalista argentino es inferior al bolita, al paragua, al chilote, al yanqui y al amarillo, es inferior por ser ignorante, por ser brutal, necio, obcecado y ruin. Y cuando la realidad lo espabila, cuando se entera de la verdad, cuando otro espejo le muestra el verdadero matiz de su piel, el origen cierto de su progenie, de su raza; muchas veces es demasiado tarde.